Alguien que conozco se murió, como se mueren muchos en el llano, estrellandose contra una vaca. Yo se, es horrible. Uno no puede evitar reirse. El tipo de muertes que parecen absurdas en una ciudad como Bogotá pero que son tan comunes por allá. Las vacas se saltan de noche los cercos, se paran en manadas en la mitad de la carretera y cuando el conductor se acerca, de repente la puta vaca aparece de frente, lo mira con cara de "te estaba esperando" y abraza su destino. A mi me pasó una vez, de los días mas horribles de mi vida. Este man que conocí iba por la marginal de la selva, la carretera que conecta el llano cruzando las faldas de la cordillera oriental, depronto vió los ojos de la vaca y tal vez, en una milésima de segundo, todo su futuro pasó frente a sus ojos. Dicen que fue fulminante.
Luego un primo me cuenta que todo el pueblo bombardeó el facebook de este hombre con canciones y letras de Calamaro. Pudieron ser unos 40000000 mensajes, el número aproximado de canciones del compositor y cantante. Mientras me cuenta, no puedo evitar pensar en este man, recordar como desde que era muy chiquito, lo veía puntualmente dos veces al año (que resultaban siendo casi 4 meses). Hablaba siempre con una voz ligeramente suave y aguda, tartamudeando, obligandonos a todos a esperar por lo que tenía que decir. Era un tipo duro, de esos que tienen que trabajar y estudiar y lidiar con el ocio de sus vecinos y con el ideal de macho llanero que contradecía su tono de voz.
Casi todos los amigos de mis primos estudiaron en los dos Colegios del Estado, o mas bien, todos los amigos de mis primos que nacieron en Yopal antes de la bonanza petrolera estudiaron en colegios Estatales, como sus mamás y papás. Eso acercó a lo que de otra manera serían clases bien diferenciadas, obligó a esta gente a compartir y a sentir de una manera muy especial las tensiones socioculturales propias de las diferencias de clase, esas que van más allá de la plata que se tiene. Este man tuvo que ver como casi todos sus amigos salían de los dos grandes colegios públicos de Yopal y viajaban a Bogotá, Tunja o Bucaramanga (los ridiculamente ricos se fueron usa) mientras él se quedaba en esa casa, en ese pueblo que había cambiado tanto por la doble violencia paramilitar y de la riqueza petrolera.
Para ellos, la violencia era un asunto relativamente normal, algo con lo que se lidiaba cotidianamente y que aprendían a sortear con relativa facilidad. En el campo, sin embargo, la situación se hacía más dificil. Al tiempo que explotaban el petróleo y empezaban a matar gente como arroz (como el arroz que se producía en Aguazul), profundas transformaciones se iban gestando. En una entrevista que hice alguna vez, el entrevistado me dijo que lo más claro, para él, había sido el vallenato. El acordeón penetraba lentamente los bares, billares y casas, compitiendo con el arpa y los capachos que se mantenían guerreros entre acetatos, cassettes y aquellos que vivían en el llano antes de cusiana y cupiagua. Sin embargo, a otro nivel, por alguna razón, Calamaro se convirtió en el soundtrack de toda la generación de jovenes y jovanas de Yopal.
A Fabían lo seguía viendo cada vez que podía. Nunca lo ví en Bogotá, la verdad nunca supe si alguna vez fue, aunque creo que sí. Él llegaba a la casa de mis tíos y entraba como si fuera suya. Saludaba, entraba al cuarto de mi primo, tomaba el control del ultra 64, o luego le decía que rápido porque estaban jugando dominó en la esquina, que no fuera vanidoso, que se moviera. Luego saliamos todos hacia cualquier tienda, bar, casa, lo que fuera. Lo deje de ver tres años, el tiempo en el que dejé de ir al llano. Preparé mi viaje de vuelta como un retorno extraño, como si curiosamente vlviera en el exilio, exilio del lugar que nunca ha sido propiamente mio, pero que definitivamente me ha constituido. Allá me lo encontré, otrta vez. Los amigos de mi primo se turnaban para llevarme por ahí. Fabían me llevó en su moto una noche al frente de una licorera donde todo el mundo pasaba. Todo se veía tan raro, como si algo estuviera anlcando demasiado a una gente que vivía en múltiples temporalidades. Luego termine haciendo una locura de esas que me pudo costar la vida, con una caja de aguardiente en las piernas y andando muy rápido en los vericuetos de las pequeñas calles del pueblo.Yo no tomaba, de eso me cuido en el llano, pero este man era otro cuento.
Un día cualquiera, en lo que pára mí eran vacaciones. El disco honestidad brutal en la mesa de la casa de mi primo, sus amigos y èl oyendolo como si fuera algun tipo de revelaciòn definitiva. Yo mirandolos de reojo, con la actitud del que no oye musiquita cursi, del que se mantiene a la distancia del rock argentino porque hay algo que esconde y es sospechoso. Hasta que tres canciones me emboscaron como si yo me hubiera convertido, subitamente, en un pedazo de vidrio que niños tratan de destruir a pedradas. La versiòn de Naranjo en Flor, No tan buenos aires y el Dia de la mujer mundial. Y nada, comprè el disco y me me deje arrastrar, pero solamente de reojo, nunca en totalidad. Realmente no porque no me gustara lo suficiente (aunque nunca me ha gustado lo suficiente) sino porque para mi Calamaro nunca tendrà el mismo significado que para lo que toda esa generación que se aferró aun sonido para tener elementos comúnes, para galopar entre las balas como el ejercicio natural de su cotidianidad.
En el cantante, Calamaro hace un cover de "sus ojos se cerraron", el famoso tango sobre la muerte y la inútil satisfacción de quien da un pésame. En esa canción, Calamaro describe la inevitable distancia de la experiencia frente al dolor de la pérdida. No hay manera de sentir el dolor del otro, la forma en que la muerte atraviesa a la gente como un rayo, la soledad y la manera en que quienes quedán vivos no pueden hacer otra cosa que sumirse en el dolor. Los amigos de Fabían, se vuelcan hacia Calamaro como el único recuerdo tangible y común. Como si el señor Argentino fuera de ellos. A mi, sin embargo, solo me queda pararme en los límites de eso que ellos viven, hacer parte de quienes miran desde lejos, de a quienes Gardel y ahora Calamaro condenan a la insalvable distancia:¨yo se que ahora, vendran caras extrañas, con su limosna de alivio a mi tormento/ todo es mentira, mentira ese lamento/ hoy esta solo/mi corazón".
'Me entero que mi primo viaja para Francia el día que yo llego. Como si la muerte de Fabian marcará el fin de de algo mucho más profundo. Tal vez nos crucemos en el aire.
Caramba, ya había perdido la esperanza de que algo pudiera romper la insoportable calma del medio día. Su relato lo hizo, se lo agradezco.
ResponderEliminarPor otra parte, debo admitir que soy de esa generación que hizo un himno propio de algunas de las canciones de Calamaro. ¡Casi puedo sentir la piel de gallina al evocar el tiempo pasado!
¡larga vida al Salmón!
Calramo siempre es un asunto debatible, el llano y sus violencias (¿o las violencias que lo han atacado? no sé) también pueden serlo. Pero otras cosas no. Y esas cosas sudan por los poros de sus recuerdos.
ResponderEliminarYo puedo decir que pertenecí y perteneceré a la escuela argentina que marco mis primeros encuentros entre vinos y milongas, yo corrí por esas estrechas calles de ese pueblo que hablas en las faldas de la cordillera oriental donde aprendimos a bailar con los sonidos de la metralla y los gritos de los desaparecidos.
ResponderEliminarFabián hacia parte de nuestras vidas como lo hacia el aguardiente, las cantinas siempre abiertas y la brisa del rio en que jugaba entre las calles repletas de motos.
Estas líneas me hicieron devolver la cinta a memorias que creía borradas quizá por mi afán de vivir y descubrir nuevas cosas olvide a aquel amigo que se quedo “atrás” pero en cierta manera tenía que ir adelante.
Su muerte a manos de una vaca en la lluvia izo que me temblara el suelo y me gritara en la cara que el pasado tiene vida y que los amigos siempre pasaran a la eternidad por las acciones que marcaron una infancia llena de sobresaltos donde siempre seriamos inmortales y donde hoy una vaca nos dice lo contrario. QEPD MOTT