Suena the Hawthorne passage, como si en los pasos dados se fueran pintando paisajes comúnes, el paisaje del otoño, el de la sonrisa de Julie que mira los árboles rojizos y amarillos mientras caminamos hacia el bus.
Suena como el mar, como llegar a las 5 de la mañana a conney island y sentir el sonido de las olas y el viento, pero ver solo oscuridad. Sentirse ciego frente a lo inaprensible, esa pared de agua que niega el movimiento y se advierte insuperable.
Una guitarra acústica que navega entre la fluidez líquida del momento, una guitarra eléctrica construyendo una linea imaginaria que corre paralela al dolor, como mirandolo a la distancia mientras ambos se mueven en alguna dirección.
Salgo del tren, subo las escaleras y camino hacia la salida, la canción se encuentra justo en la mitad, baja de volumen y se recompone mientras yo me muevo. Confundo los sonidos del tren, porque The Hawthorne passage marca los pasos que doy, se funde en mis sentidos. Al tiempo que arranca el tren F y suenan los golpes de su fricción con la carrilera, en la canción sucede exactamente lo mismo. El tiempo se sincroniza aquí. Ahora en dirección a la universidad, mientras la canción rearticulada empieza a mostrar toda su fuerza otra vez. Cruzo la calle y siento que solo queda esperar lo indeterminado, abrir los brazos para abrazar mi futuro suspendido y esperar que alguien se acuerde, que alguien se acuerde de mi y diga que bonito es un entierro.
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