Me da la impresión de que si uno quiere tatuarse una canción, la manera más respetuosa ha de ser con un cuchillo. Inscribirsela en la piel hasta que la partitura se vuelva una cicatriz y se sangre tanto como se cree que es posible sangrar cuando es oída. La asepsia de un sitio de tatuajes parece no ser el lugar para dejarse un sonido en el cuerpo, la aguja y la tinta se antojan demasiado sutiles para adelantar el ritual. Más aún si esa canción es la Última Curda. ¿Cómo tatuarla? ¿Habrá que pensar que antes de hacer cualquier cosa es necesario, como primer paso, abrazar completamente su significado, levantarse todas las mañanas y repetir a la manera de un mantra “la vida es una herida absurda”? Habrá que llorarla? O ahogarse en aguardiente? sentirla completamente en cada poro que será marcado con tinta, que va a sudar la canción y el dolor que implica? ¿Habrá que pensar en un juego de ir y venir entre la voz de Goyeneche y las imágenes que narra?, ¿vivir el hondo bajofondo? Tal vez no. Tal vez solo hay que decir que es un tango bonito. Pero sabemos que no es un tango bonito. Es un tango-muerte y decadencia, es la descripción de la caída en espiral, del perder el control en la vida y darse contra las paredes rebotando de un lado al otro sin ninguna dirección concreta.
Me mandan las partituras y las veo mientras quien va a cometer ese acto me pregunta cual me parece mejor. Yo abro los archivos y pienso qué frase me gustaría tatuar en mi cuerpo. Solo la partitura, con la letra como un secreto que guardo para mi con celo. Esa frase que Goyeneche canta pero que ahora es mi frase, en mi piel, respirando conmigo. Una canción que deja de ser solo un sonido y empieza a volverse parte de mi, que camina conmigo, se emborracha conmigo, duerme, respira, juega fútbol y me cuida, siempre sabiendo que ella es ese momento, ese instante en que el polaco suelta su voz gruesa y hundida en whisky para decir, en otro tiempo y en otro lugar, lo que yo le ordené cantar.
Cada vez que digo la frase tatuarse la última curda, pienso inevitablemente en que hay algo más que se está haciendo, algo mucho más profundo e intimo que el acto de sentarse en un silla para que un tatuador ponga una aguja con tinta en el propio cuerpo. Tatuarse la última curda parece más cercano a decidirse a hacer de la historia una cicatriz imborrable que contiene toda la decepción y esperanza que la vida puede ofrecer. No es tatuarse una canción ni un recuerdo, ni siquiera es afirmarse en el gusto por el sonido. Es más bien apropiarse de cada nota y de cada gemido desgarrado, de la voz ronca de Goyeneche y del bandoneón y reclamar en esa canción todo lo que ha sido despojado por el tiempo, todo lo que el tiempo ha arruinado, todos los vestigios y todos los sueños. Reclamar para sí cada emoción que esa canción puede inspirar en cualquiera, hacer un tango del mundo un tango propio.
Eso.
y poder recordar entonces, siempre...con mirar ahí y entonces escuchar que... a fin de cuentas la vida es una herida absurda, como ese tatuaje... nada absurdo a fin de cuentas, que..efectivamente es mucho más... con toda la contradicción, todo desde el principio al final, nada y todo... o algo así. y todo lo que de historia personal y colectiva también se guarda.
ResponderEliminarGracias.