jueves, 29 de octubre de 2009

The hawthorne passage

Suena the Hawthorne passage, como si en los pasos dados se fueran pintando paisajes comúnes, el paisaje del otoño, el de la sonrisa de Julie que mira los árboles rojizos y amarillos mientras caminamos hacia el bus. 

Suena como el mar, como llegar a las 5 de la mañana a conney island y sentir el sonido de las olas y el viento, pero ver solo oscuridad. Sentirse ciego frente a lo inaprensible, esa pared de agua que niega el movimiento y se advierte insuperable. 

Una guitarra acústica que navega entre la fluidez líquida del momento, una guitarra eléctrica  construyendo una linea imaginaria que corre paralela al dolor, como mirandolo a la distancia mientras ambos se mueven en alguna dirección. 

Salgo del tren, subo las escaleras y camino hacia la salida, la canción se encuentra justo en la mitad, baja de volumen y se recompone mientras yo me muevo. Confundo los sonidos del tren, porque The Hawthorne passage marca los pasos que doy, se funde en mis sentidos. Al tiempo que arranca el tren F y suenan los golpes de su fricción con la carrilera, en la canción sucede exactamente lo mismo. El tiempo se sincroniza aquí. Ahora en dirección a la universidad, mientras la canción rearticulada empieza a mostrar toda su fuerza otra vez. Cruzo la calle y siento que solo queda esperar lo indeterminado, abrir los brazos para abrazar mi futuro suspendido y esperar que alguien se acuerde, que alguien se acuerde de mi y diga que bonito es un entierro. 





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